La colección Raymundo Iquique fue robada por adeptos de la Compañía Nacional de Fósforos de una tienda de antigüedades de Madrid, durante los disturbios del 14 de noviembre. Notoriamente espantoso como dramaturgo, en el austero siglo xix español, Iquique logró despertar la curiosidad de los cenáculos literarios del momento por la violencia con la que el público reaccionaba ante sus espectáculos. No sólo tomates y puerros; sino también calabazas, zapallos, sandías eran arrojados a los actores en una espiral ascendente de odio que culminó con el impacto de un ananá sobre la nariz de Marita Dolores de Gregorio, mientras recitaba el famoso monólogo de la duquesa Catexia, en el acto cuarto de La Patada. Lo que habría de llamar la atención de Tristan Tzara, que le dedicó siete páginas perdidas de su reconocido manifiesto, fue su capacidad para provocar tal estado de irritación, con parlamentos en apariencia completamente anodinos. No sólo los espectadores corrientes, campesinos, artesanos, gente de baja ralea; sino incluso alcaldes, intelectuales, asistentes de la realeza, prorrumpían en insultos y gestos obscenos, gritaban incoherencias o se orinaban unos a otros en un paroxismo de rabia que poco se correspondía con la tranquilidad y el recato de los diálogos que sucedían al otro lado del escenario. Lo que constituye hasta el día de hoy, un verdadero misterio para los investigadores, que recorren las páginas de sus obras, sin descubrir qué demonios tienen de raro. Raymundo Iquique murió el 27 de marzo de 1907 en Barcelona. Tenía a la sazón 124 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario