Anoche, la Compañía Nacional de Fósforos, de Argentina, demostró que se puede provocar la risa desde la inteligencia y que hay que manejar variados recursos para lograrlo. Durante poco más de una hora, su pieza Alonso y Aguirre Perdidos en el Inframundo se paseó por distintas formas de generar humor desde el escenario (clown, farsa, parodia, muñecos), con un ritmo vertiginoso y permanente.
La trama es desopilante. Alonso y Aguirre, dos españoles de baja estofa obnubilados por encontrar El Dorado, la mítica ciudad latinoamericana, se embarcan en peripecias que los enfrentan a la cárcel, los indios y finalmente las profundidades de la tierra. En cada situación entran y salen personajes como el Virrey, Francisco Carvajal y hasta el diablo. Como única escenografía hay una tela desplegada entre cuatro soportes de metal, a lo que se suma uno que otro objeto.
El desarrollo de esta jocosa aventura descansa en Juan Manuel Caputo y Cristián Palacios, grandes histriones que dejan todo en el escenario. Intensos y versátiles, ponen sus cuerpos al servicio de las peripecias de los protagonistas, sin escatimar cambio de voces, bailes (Dirty Dancing y Thalia) y hasta volteretas. Juntos forman una dupla bufa clásica: Caputo-Alonso es el listo, que tiene todas las respuestas, y Palacios-Aguirre el poco inteligente, que plantea las preguntas. Palacios, además, construye diversos personajes.
El texto, escrito por ambos actores junto con Paula Brusca, trabaja las repeticiones, el equívoco y los juegos de palabras. Su humor es adulto pero jamás vulgar, e incluso se permite ironías sobre el teatro contemporáneo.
Con este material, humano y textual, la directora armó un dispositivo que no para. Los actores están siempre en acción y no hay pausas para el público, salvo una que otra transición con la luz apagada.
Frente a un espectáculo como éste no queda más que aplaudir. Y aún el que no gusta de este tipo de teatro tiene que reconocer que Alonso y Aguirre pone en valor no sólo el difícil arte de hacer reír, sino también del verbo "actuar".
La trama es desopilante. Alonso y Aguirre, dos españoles de baja estofa obnubilados por encontrar El Dorado, la mítica ciudad latinoamericana, se embarcan en peripecias que los enfrentan a la cárcel, los indios y finalmente las profundidades de la tierra. En cada situación entran y salen personajes como el Virrey, Francisco Carvajal y hasta el diablo. Como única escenografía hay una tela desplegada entre cuatro soportes de metal, a lo que se suma uno que otro objeto.
El desarrollo de esta jocosa aventura descansa en Juan Manuel Caputo y Cristián Palacios, grandes histriones que dejan todo en el escenario. Intensos y versátiles, ponen sus cuerpos al servicio de las peripecias de los protagonistas, sin escatimar cambio de voces, bailes (Dirty Dancing y Thalia) y hasta volteretas. Juntos forman una dupla bufa clásica: Caputo-Alonso es el listo, que tiene todas las respuestas, y Palacios-Aguirre el poco inteligente, que plantea las preguntas. Palacios, además, construye diversos personajes.
El texto, escrito por ambos actores junto con Paula Brusca, trabaja las repeticiones, el equívoco y los juegos de palabras. Su humor es adulto pero jamás vulgar, e incluso se permite ironías sobre el teatro contemporáneo.
Con este material, humano y textual, la directora armó un dispositivo que no para. Los actores están siempre en acción y no hay pausas para el público, salvo una que otra transición con la luz apagada.
Frente a un espectáculo como éste no queda más que aplaudir. Y aún el que no gusta de este tipo de teatro tiene que reconocer que Alonso y Aguirre pone en valor no sólo el difícil arte de hacer reír, sino también del verbo "actuar".
* Esta crítica fue publicada en la gacetilla de la VIII Mostra Latino-Americana de Grupo, en San Pablo, Brasil, durante el mes marzo de 2013.
No hay comentarios:
Publicar un comentario