sábado, 12 de enero de 2013

El nuevo campo de la cultura

Ser culto es tener nuevos saberes, sabores y habilidades para lo nuevo en una ciudad que se transforma permanentemente. Esa es una de las conclusiones a la que llega la socióloga Ana Wortman en su reciente compilación Mi Buenos Aires querido, entre la democratización cultural y la desigualdad educativa (Prometeo). Allí, Wortman analiza cuestiones como la manera en que el consumo se ha transformado en una amplificación de la producción cultural, el cambio en la valoración social de lo que significa ser culto a causa de la irrupción de las nuevas tecnologías y sus repercusiones en la vida cotidiana, entre otras cuestiones a las que aquí se refiere.

-En la introducción del libro afirma que el consumo se ha transformado en muchos casos en producción cultural, ¿cómo explica este fenómeno?
-Según señalan los especialistas en impacto cultural de las nuevas tecnologías de la comunicación y la información, éstas habilitan a las personas a ser no sólo consumidoras de lo que otros –pocos producen– sino también ser productoras de bienes culturales. Los blogs, las redes sociales, la digitalización de información permite que personas no especialistas en un primer momento, comiencen a producir cultura. El cine documental se ha desplegado intensamente en las últimas dos décadas y es consecuencia, por un lado, del abaratamiento de las filmadoras y también de que vivimos en una cultura audiovisual donde los discursos, los decimos mejor con imágenes en movimiento. Las nuevas generaciones han nacido en esta cultura, aunque ya ahora todos formamos parte de ella. Por otra parte, de acuerdo a cierta concepción vigente de democratización de la cultura, las políticas culturales que fueron eje en los 80 pasaron de estar orientadas inicialmente a ampliar el consumo de unos pocos productores culturales legítimos, a otro direccionamiento que pone el acento en generar o fortalecer a dichos productores, en consonancia con esta idea de prosumidor derivada de la lógica de las nuevas tecnologías. Esto ha provocado una producción y un consumo más diverso y una resignificación de los patrones de legitimación cultural. Un ejemplo de esta cuestión se puede visualizar en los centros culturales autogestionados que han proliferado en la Ciudad de Buenos Aires. En estos espacios, de diversa naturaleza, se rechaza el concepto de público, de espectador ya que quienes van a estos lugares también se forman como músicos, cantantes, bailarines... Esta transformación se ve en el campo del diseño: hay un artículo en el libro de María Eugenia Correa donde se habla específicamente de estos productores culturales en términos de nuevos trabajadores culturales, lo cual redefine el concepto de trabajo por un lado, pero también el de artista y el vínculo con la cultura inicial.

-¿Cómo se modificó la valoración social de lo que significa ser culto a partir de la irrupción de las nuevas tecnologías?
-La recepción y apropiación o consumo de los bienes culturales como los libros, la música, el cine, esto es, los bienes producidos por industrias culturales, se modifica a la par de las nuevas tecnologías. Se ha modificado la manera de ver, de percibir, de disfrutar los bienes culturales, nuestra sensibilidad y atención es otra. También existen otros aspectos de la cultura que no se modifican tan radicalmente por las tecnologías, como las artes plásticas. Observamos más cómo la fotografía y el video arte ocupan lugares cada vez más significativos y menos aún, el teatro y la danza. Pero sí es clave que en general se han modificado, desde el punto de vista del sujeto, las formas de percepción de los bienes culturales. La pregunta sobre qué significa ser culto surge en el contexto de la modernidad como consecuencia de la existencia de patrones de jerarquización de los bienes culturales y/o artísticos que los legitiman y clasifican en distintos lugares de la alta o la baja cultura. En la posmodernidad los patrones de clasificación y o jerarquización cambian, lo cual no significa que no haya bienes más o menos legítimos dentro de ciertos cánones (siempre los va a haber en las producciones culturales porque su existencia depende de juicios de calificación y legitimación), pero ahora son otras. A su vez, una persona culta en la sociedad contemporánea argentina es una persona que se piensa a sí misma en un espacio más desterritorializado, menos nacional, con manejos de una diversidad de saberes, y también de habilidades para conseguir información. Una persona culta hoy es también la que posee una gran capacidad para manejar información y actualizarse permanentemente. La cultura se amplía, no sólo se funda en poseer un saber determinado sobre los bienes legítimos de la modernidad sino sobre los de la modernidad tardía y es allí donde es fundamental el manejo de las nuevas tecnologías. Yo pienso que no sólo hay nuevos bienes que pasan a reemplazar a los anteriores, sino que también cambia su significado cultural. En la era del e-book, el libro no tiene el mismo significado que antes. Se lee de otra manera porque desde que existe la computadora las formas de representación han cambiado. Eso se verifica con las tablets. En las últimas encuestas sobre consumo cultural aparece que quienes más leen en tablets son los más lectores y los que también compran libros, lo cual expresa que quienes consumen más libros son aquellas personas con más capital económico y educativo. Ir al cine no significa lo mismo ahora que podemos verlo online, bajarlo y guardarlo en la computadora, comprarlo vía piratería, ir al cine club o verlo en multicines. Hoy los individuos tienen una percepción más amplia del espacio y del tiempo, de allí que lo ‘culto’ no es sólo lo que en el caso argentino estuvo vinculado a la sensibilidad hacia la cultura francesa y en relación a la música a la cultura alemana o italiana, sino que ese espacio mundo se amplía hacia la cultura no occidental, se redefinen los centros y las periferias, las fronteras del buen gusto. En las formas de legitimación de las también transformadas clases medias y altas aparece entonces la cuestión de los viajes, una masificación del aprendizaje de idiomas así como el saber comer y beber. Esto último también se modifica en forma vertiginosa porque cambia la valoración de la comida, sus combinaciones, la presencia de lo oriental: todo eso hace a las personas cultas. Ser culto entonces está asociado a una capacidad de incorporar nuevos saberes, sabores y tener habilidades para lo nuevo y lo distinto, lo único y personal.

-Hasta la educación se ha transformado en un bien mercantilizado, ¿qué consecuencias produce este cambio en la sociedad?
-Se ha producido una enorme diversificación de la oferta educativa respondiendo a una multiplicidad de necesidades. Lamentablemente la democratización educativa aún es una deuda de la democracia, que sólo podría saldarse fortaleciendo la educación pública, como lo fue en otro momento de la Argentina, teniendo en cuenta los cambios sociales, culturales y lo que debería formar parte del patrimonio de la escuela. Actualmente se evidencia una gran fragmentación y si bien hay renovación en la escuela pública en términos de contenidos, hay escasez de presupuesto y cierta inestabilidad institucional, lo cual hace que la gente envíe a sus hijos a escuelas privadas de diverso tipo. Yo veo una contradicción entre los valores que muchas de estas escuelas privadas pretenden transmitir en términos de ciudadanía e inclusión y democratización cultural en el orden de la vida cotidiana con el hecho de que ello se haga en espacios privados que dependen de una cuota mensual entre iguales. El discurso de la diversidad cultural y la diferencia hace agua en las escuelas privadas que pretenden ser progresistas.

-El acceso a las nuevas tecnologías aparece como una ilusión de horizontalidad, pero según Pierre Bourdieu depende del capital simbólico de cada uno, ¿cómo lo analiza usted?
-Efectivamente no va a ser igual o semejante la apropiación que pueden hacer personas con mayores niveles educativos con respecto a personas que no tengan instrucción formal. Sin embargo, hay algunas investigaciones que demuestran que las apropiaciones son diversas según las prácticas y la vida cotidiana. Si bien el capital simbólico, la formación, la trayectoria, los imaginarios familiares y el clima cultural de la primera infancia inciden en las formas de apropiación, en el contexto de la globalización cultural no podemos hablar del capital cultural como un ámbito inmaculado y rígido que garantiza un lugar social de una vez y para siempre. En un mundo que cambia permanentemente, el capital cultural también debe ser actualizado. Podría suceder que aunque uno haya tenido un mundo simbólico muy rico en la infancia y en la adolescencia, sino se adapta a la nueva forma de pensar, trabajar, sociabilizarse y moverse que demanda el mundo contemporáneo, ya no serviría para un mejor aprovechamiento de las nuevas tecnologías y las nuevas ocupaciones y ocupar lugares “legítimos”.

-En su artículo “Nuevas clases medias y tecnología” dice que si en los 90 uno de los factores de estratificación era poder “escapar de la ciudad” en busca de la “vida verde”, hoy ese símbolo está dado por la búsqueda de “ser uno mismo”, ¿cómo se dio esa transformación y qué cambios conlleva en la ciudad?
-En los 90 circulaba un imaginario que fue paradigmático del american way of life de años atrás; el sueño americano de habitar los suburbios como una forma de refugio y de búsqueda comunitaria del lazo social perdido en la ciudad que se vuelve hostil. Las dificultades de viajar cotidianamente al centro en nuestro universo local, hicieron que se debilitara ese imaginario frente a nuevos discursos globalizados que vuelven a colocar los consumos culturales y cierta cultura de las salidas como emblema de revitalización urbana. Las nuevas tecnologías acompañan cierta personalización de los consumos y una apropiación individual según las prácticas laborales y culturales cotidianas. Hay zonas urbanas que reflejan una oferta de servicios orientados a una nueva estructura de sentimiento más individualizada tanto en términos de hábitat, como de cuidado del cuerpo, de espacios estetizados para la buena comida y la buena bebida, etcétera.

-¿Cómo ha transformado la vida cotidiana el hecho de que el trabajo y el tiempo libre no estén delimitados como en la sociedad industrial? 
-Sí. Se evidencia una nueva manera de vivir el tiempo, donde no hay límites precisos entre una cuestión y la otra, aun en vacaciones. También los tiempos de las vacaciones son más cortos. La dinámica laboral just in time (producir según la demanda) impregna todas las áreas e incide en el ritmo de vida cotidiano. Las nuevas tecnologías acompañan esta nueva lógica laboral. Obviamente en los trabajos inmateriales, el trabajo manual está desvinculado de las nuevas tecnologías lo cual no implica que las clases trabajadoras no estén vinculadas con esas nuevas tecnologías.

-Otro punto de tensión es que en la sociedad posindustrial no es el trabajo fijo ni la pertenencia política la que define la identidad de los sujetos sino sus consumos culturales y sus estilos de vida...
Considero que el trabajo determina cada vez más las identidades sociales, en particular en las clases medias profesionalizadas hacia arriba y demás que los consumos culturales y los estilos de vida acompañan la construcción de identidad y se encuentran en relación con la construcción permanente de una identidad laboral individualizada. Se manifiesta una ética laboral como una estética: en la forma de vestir, de consumir tecnología, de lugares donde salir, de cómo relacionarse afectivamente. Es evidente que la política ya no determina identidades absolutas como décadas atrás, pero en el caso de la Argentina está presente en las prácticas cotidianas. Se observa en ciertos sectores sociales más preocupación por el logro individual que el social y se piensa la política desde esa perspectiva, entre la tensión clásica: libertad e igualdad.


Fuente: Revista Ñ / publicado el 2 de enero de 2013

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